Psicoanálisis

El tema que nos convoca en esta mesa es muy amplio; yo voy a intentar proponer alguna respuesta sobre el tema centrándome en el análisis de niños y adolescentes.

Si quiero dejar constancia de que adhiero plenamente a la idea de que el psicoanálisis cura, resuelve conflictos y síntomas, reduce angustias y padeceres. En muchas situaciones que atraviesan los niños les ayuda a posicionarse de otra manera frente a lo que les está pasando.

Todo análisis, a cualquier edad, es un proceso de historificación. Es un relato sobre la vida de nuestros pacientes que se va reescribiendo permanentemente.

El niño y sus padres nos aportan un relato, una historia y hasta una prehistoria sobre sus vidas y sobre una situación, muchas veces un síntoma, que ha acercado al niño y su familia a nuestra consulta.

La labor del terapeuta es escuchar esa historia y en ese trabajo de escucha ir re-escribiendo la misma, permitiendo que nuestros pacientes puedan construir una posición diferente frente a lo que ocurre (o lo que ocurrió)

Todo psicoanalista que trabaje con niños partirá, por supuesto, de una serie de conceptos teóricos sobre la estructuración de esos niños, para poder estar atento a que fallas pueden aparecer en su desarrollo evolutivo y proponer un tipo de intervención u otro. Me refiero a que en muchas ocasiones cuando evaluamos la posibilidad de tratar a un niño a través de una serie de entrevistas diagnósticas descubrimos que el niño no es el que necesita el tratamiento, talvez son los padres quienes lo necesiten, talvez precisen un asesoramiento, talvez abrir un espacio familiar.

El jugar es fundamental en la infancia , recordemos a Freud cuando dice; “todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio, o mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada.

Además sería injusto suponer que no toma en serio el mundo. Al contrario, toma muy en serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. Lo opuesto al juego no es lo que es serio, sino lo que es real.”(El poeta y la fantasía)

Cuando las posibilidades de jugar quedan atrapadas, detenidas o estancadas es cuando un psicoanalista de niños debe poner en marcha el dispositivo analítico, para que aquello que quedó atrapado en el crecimiento del niño y en sus posibilidades de jugar y de ser creativo, y por lo tanto de aprender, puedan ser escuchado, procesado y metabolizado.

Lo específico del análisis de niños será que la escucha se diversifica, el discurso es más amplio porque no está únicamente ligado al lenguaje oral, a la palabra. El niño nos habla con sus juegos, con sus dibujos, con sus gestos y hasta con sus silencios. El analista de niños tiene que estar preparado para “escuchar” toda esa rica gama de discursos, y esa escucha, ese encuentro especial entre terapeuta y paciente se puede generar siempre que se logre conseguir un ambiente de trabajo que reproduzca las condiciones de un espacio potencial.

Así podemos decir con Winnicott: “¿Con que nos hallamos en una psicoterapia? Con dos personas que juegan juntas….Cuando el juego no es posible, el trabajo del terapeuta apuntará a conducir al paciente de un estadio en el que no es capaz de jugar, a otro en el que es capaz de hacerlo”.

Actualmente, vemos patologías extremadamente graves en niños y adolescentes, la mayoría de las veces se trata de casos en los que al escuchar o tratar de re-hacer una historia, se puede verificar un enorme vacío, un verdadero derrumbe: un momento donde la posibilidad de integración se ve alterada, aparecen las agonías primitivas y es tal el sentimiento, la amenaza de aniquilación que el ser queda suspendido.

La apuesta por el futuro, ver un futuro posible allí donde otros no ven nada, es esencial en estos casos. Nosotros los analistas, grandes removedores del pasado, ¿hacemos estos movimientos para dejar ese pasado en su función aniquiladora como una constatación de lo imposible de cambiar, o nos podemos arriesgar a apostar por remover ese pasado, muchas veces vacío, para generar un futuro posible?

La posición del analista cambia radicalmente, abandona el lugar de simple escucha sostenida por la regla de abstinencia para colocarse en el lugar del que promueve la regresión y se propone sostener al paciente.

Desde el momento que un analista acepta hacerse cargo de un caso , está haciendo una apuesta clara por un futuro posible en el que se va a poder trabajar y elaborar lo traumático que insiste en repetirse en el futuro. La primera propuesta es no dejar atrapado al sujeto en un lugar inamovible. Este primer movimiento podrá generar el establecimiento de una verdadera relación terapéutica.

Proponerle a los niños jugar con animalitos y muñequitos, dibujar sin pensar, es crear un espacio transicional necesario para que los pensamientos tengan un lugar para ser pensados, los recuerdos un lugar para ser soportados y los afectos un lugar para ser sostenidos.

Esto le va a permitir desplegar en su juego sus propios miedos, y al analista, intervenir de otro modo sobre los mismos.

En los tratamientos muchas veces puede suceder que quienes tengan prisa sean los padres: “esto va muy lento!” Es una queja bastante escuchada en nuestra sociedad de la inmediatez durante los tratamientos de niños, el pediatra o el neurólogo pueden, a veces, asegurar que con un medicamento llegaría a los mismos resultados: entonces hay que trabajar con los padres que significa proceso, proyecto y espera: el verbo esperar tiene una raíz común con la palabra esperanza; en otras palabras la posibilidad de creer en el futuro, confiar en los demás y lograr un espacio para sí mismo, depende de cuanto logremos ampliar la capacidad de espera.

Por Joseph Knobel Freud | Psicólogo Clínico – Psicoanalista